
Entre ilegalidad y arte: ¿puede ser censurado un mural político?
“¿Quién decide qué se puede pintar y qué no?”
Murales y Grafiti Político26/03/2025En los muros de la ciudad se pintan no solo colores, sino conflictos. Los murales y grafitis políticos —ya sean realizados por artistas reconocidos o por colectivos anónimos— cargan un mensaje que incomoda. Son declaraciones públicas de memoria, de denuncia o de rabia. Pero ¿qué pasa cuando ese mensaje molesta a las autoridades, a una empresa o a una institución religiosa? ¿Dónde termina la libertad de expresión y empieza la censura?
Este artículo revisa casos emblemáticos en México donde el arte urbano político ha sido criminalizado, eliminado o censurado. También plantea una pregunta clave: ¿quién tiene el poder de decidir qué se borra y qué permanece en el espacio público?
Borrar el mensaje: cuando la pintura incomoda
Uno de los casos más recordados es el del mural feminista realizado en 2021 en las vallas que rodeaban Palacio Nacional. A pocos días del 8M, colectivas intervinieron el muro metálico con los nombres de mujeres víctimas de feminicidio, consignas contra el Estado y símbolos de la lucha feminista. Lo que comenzó como un acto de protesta se convirtió en un altar efímero. Días después, fue borrado por las autoridades.
Otro ejemplo es el del mural del colectivo Mujeres Grabando Resistencias en Ciudad Nezahualcóyotl, que retrataba a mujeres defensoras del territorio y víctimas de desaparición. Fue eliminado bajo el argumento de “limpieza urbana”, pese a contar con el respaldo de la comunidad. Lo mismo ocurrió con grafitis que denunciaban desapariciones forzadas en Guadalajara, que fueron borrados sistemáticamente por personal municipal.
Estos actos no son aislados. Forman parte de una tendencia más amplia de control del discurso en el espacio público: si el mensaje es incómodo, se borra; si el arte es político, se criminaliza.
¿Arte o vandalismo? La ambigüedad legal
En México, el marco legal para el arte urbano es difuso. Las autoridades locales suelen considerar que todo grafiti no autorizado es vandalismo, sin importar su contenido. Esta ambigüedad legal permite justificar la censura de mensajes políticos bajo el pretexto de “daño a propiedad pública o privada”.
El problema es que esta lógica no se aplica de forma neutral. Un mural decorativo o patrocinado por una marca difícilmente es borrado. Pero si un mural habla de feminicidios, desapariciones o corrupción, su permanencia es más frágil. La línea entre arte e ilegalidad se vuelve política.
Además, quienes pintan murales políticos pueden enfrentar amenazas, hostigamiento o procesos judiciales. En 2019, en San Cristóbal de las Casas, artistas que pintaban un mural en apoyo al EZLN fueron detenidos por “alterar el orden público”. En muchos casos, la censura no es solo visual, sino también punitiva.
El derecho a expresarse en la calle
El espacio público debería ser también espacio de expresión, especialmente para quienes no tienen acceso a los grandes medios ni a las instituciones artísticas. Los muros hablan cuando otros callan. Por eso, la censura de un mural político no es solo una decisión estética: es una forma de silenciar una voz.
La Constitución mexicana reconoce el derecho a la libre expresión, pero en la práctica este derecho se limita cuando la expresión toma forma de aerosol o brocha sobre un muro. Y más aún cuando esa expresión señala al poder.
¿Quién decide?
La gran pregunta que atraviesa esta discusión es: ¿quién tiene la autoridad para decidir qué se puede pintar y qué no? ¿El Estado? ¿El dueño del muro? ¿La comunidad? ¿Una empresa? Cuando los muros públicos se convierten en lienzos de conflicto, también se vuelven terreno de disputa por la memoria, por la narrativa y por el derecho a existir.
En muchos casos, la censura de un mural político revela más sobre quienes lo borran que sobre quienes lo pintaron. Es un gesto que dice: “Esto no debe ser visto.” Y por eso, el acto de borrar también es político.
Porque un mural borrado no desaparece: se convierte en evidencia de lo que molesta al poder.
Y cada vez que se pinta uno nuevo, la pregunta sigue vigente:
¿Quién decide lo que puede vivir en los muros?


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