Memoria en aerosol: murales que narran las ausencias

“Las paredes recuerdan lo que el gobierno quiere olvidar.”

Murales y Grafiti Político25/03/2025

En un país marcado por la violencia, donde decenas de miles de personas han desaparecido y los feminicidios continúan impunes, los muros han asumido una función que el Estado ha dejado vacía: la de recordar. En México, el muralismo popular se ha convertido en un ejercicio urgente de memoria desde abajo. No es arte para embellecer, sino para resistir el olvido.

Con aerosol, brocha, esténcil o mosaico, los rostros de desaparecidos y víctimas de feminicidio emergen sobre las paredes como un acto de presencia. Son imágenes que se niegan a desaparecer, que se multiplican en barrios, colonias, y esquinas donde la justicia no ha llegado. Cada mural es un grito: "Aquí falta alguien."

Pintar para no olvidar
Cuando el Estado no responde, cuando las carpetas de investigación se empolvan, cuando los medios dejan de cubrir, las familias, colectivos y artistas toman las paredes como espacio de denuncia y dignidad. Los murales se convierten en altares seculares: veladoras pintadas, flores, nombres, fechas, miradas congeladas en color. La imagen sostiene la memoria.

En Saltillo, el colectivo Hasta Encontrarte ha coordinado la creación de murales con los rostros de personas desaparecidas, en colaboración con sus familias. Cada mural incluye no solo el retrato, sino también mensajes como “Te buscamos”, “La ausencia no es olvido” o “Aquí seguimos.” Las madres participan activamente en el proceso, convirtiendo la pintura en ritual de duelo y exigencia.

En Ecatepec, uno de los municipios con más feminicidios registrados, los murales feministas son también memoriales. Figuras de mujeres con alas, nombres inscritos en letras rojas, corazones rotos, pañuelos verdes y morados. En estos espacios se reescribe la narrativa: no son cifras, son vidas robadas que merecen justicia.

Murales como archivo popular
En Ayotzinapa, Guerrero, los 43 normalistas desaparecidos en 2014 tienen presencia permanente en las paredes de todo el país. Desde Ciudad Universitaria hasta Oaxaca, los rostros de los jóvenes aparecen en stencil o pintura directa. Muchos de estos murales han sido intervenidos por estudiantes, artistas urbanos y colectivos autónomos. Cada vez que uno es borrado, aparece otro. Es un archivo en movimiento, descentralizado y resistente.

Estos murales funcionan como una forma de archivo popular. Frente a la desmemoria institucional, los muros documentan. Son lugares donde se conservan nombres, rostros, fechas y contextos. Son también lugares de encuentro: se colocan ofrendas, se realizan actos, se encienden velas. El arte se vuelve ceremonia.

¿Arte, protesta o ritual?
La fuerza de estos murales no radica solo en lo visual, sino en lo que convocan. Pintar el rostro de una mujer asesinada o de un joven desaparecido no es solo una declaración política: es un acto de amor radical. Es negarse al silencio. Es decir: “Tu historia importa, aunque el Estado te haya querido borrar.”

Muchos de estos murales son hechos colectivamente, con participación de familias, vecinos, artistas, estudiantes. A veces se pintan durante marchas, otras veces en jornadas comunitarias. El muralismo se convierte en ritual colectivo: se llora, se recuerda, se exige.

Y aunque algunos son borrados —por autoridades, particulares o el paso del tiempo—, su recuerdo persiste. Porque el verdadero poder de estos murales no está en la pintura, sino en lo que representan: una memoria viva, que se niega a morir.

La pared como testigo
En contextos de impunidad, las paredes se vuelven testigos incómodos. Son archivos visuales de lo que no se quiere nombrar en los discursos oficiales. Y son también herramientas de búsqueda, como lo ha demostrado el trabajo de colectivos de madres buscadoras que pintan nombres y fechas en bardas de zonas de riesgo, como una forma de rastreo simbólico.

Cada trazo, cada flor pintada, cada nombre inscrito es una forma de sostener la memoria colectiva en un país que entierra más verdades de las que revela.

 
Porque en México, donde la justicia es una promesa incumplida, la memoria se pinta con aerosol.
Y en cada muro con un rostro ausente, el pueblo escribe su propio archivo de dolor y esperanza.

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