Colectivos que hacen ruido con pintura: voces del arte urbano organizado

En las calles de México, hay murales que no nacen de una sola mano, sino del trabajo colectivo. Son obras que no solo buscan belleza visual, sino agitación política, memoria comunitaria y organización social. En lugar de firmarse con un solo nombre, se firman con muchas voces, muchas luchas, muchos territorios.

Colectivos como Tlacolulokos, Germen Crew y Mujeres Grabando Resistencias (MGR) han hecho del arte urbano una práctica colectiva y política, enraizada en contextos específicos pero con eco nacional e incluso internacional. No solo pintan muros: construyen comunidad, denuncian injusticias y visibilizan lo que los discursos oficiales intentan borrar.

Tlacolulokos: pintar desde la diáspora zapoteca
Originarios de Tlacolula, Oaxaca, los Tlacolulokos irrumpieron en la escena del arte urbano con una propuesta estética que mezcla símbolos indígenas, cultura urbana y crítica social. Sus murales retratan a jóvenes zapotecos tatuados, con bandanas o gorras, que miran de frente a la historia y al espectador. En ellos conviven códices antiguos con grafitis contemporáneos, lo sagrado con lo callejero.

En entrevista, uno de sus integrantes comenta:

“Nos interesa romper con el exotismo con el que siempre se representa a los pueblos originarios. Nuestra gente no vive en el pasado, vive en el presente, con contradicciones, migración, discriminación, pero también con fuerza.”

Su mural Visualizing Language: Oaxaca in L.A., instalado en la Biblioteca Central de Los Ángeles en 2017, fue un grito visual desde la diáspora, visibilizando a las juventudes indígenas transnacionales. Pero su trabajo sigue presente también en Oaxaca, donde dialogan con su comunidad a través del arte.

Germen Crew: transformar la ciudad desde abajo
Si hay un colectivo que ha puesto en práctica una estética comunitaria a gran escala, ese es Germen Crew. Conformado por artistas como Sixe Paredes, News, Aldo, entre otros, el grupo se ha dedicado a intervenir espacios urbanos marginados, especialmente en la periferia de la Ciudad de México.

Uno de sus proyectos más emblemáticos fue la transformación del pueblo de Palmitas, en Pachuca, donde pintaron más de 200 casas con colores vivos que, vistos desde lejos, forman un mural monumental. Pero no se trató solo de pintura: fue un proceso participativo con vecinos, con talleres, convivencia y reapropiación del espacio público.

En palabras del colectivo:

“No llegamos a imponer una estética. Escuchamos, trabajamos con la gente y buscamos que el arte sea una herramienta de transformación social.”

Sus murales son alegres, dinámicos, llenos de formas geométricas, pero detrás hay una ética política clara: dignificar la periferia, reconectar el barrio y generar redes de colaboración.

Mujeres Grabando Resistencias: tinta, cuerpo y territorio
Mujeres Grabando Resistencias (MGR) es un colectivo de mujeres que, desde el grabado, el esténcil y la gráfica callejera, han tomado el espacio público para denunciar violencias machistas, exigir justicia por los feminicidios y acompañar luchas sociales desde una mirada feminista.

Nacido en la Ciudad de México pero con redes en varios estados, MGR ha intervenido múltiples marchas, muros y plazas con imágenes potentes: mujeres armadas con pinceles, flores que brotan de cicatrices, cuerpos que resisten. Su gráfica es directa, simbólica y profundamente política.

Una integrante señala:

“Nosotras no solo hacemos gráfica, tejemos memoria. Pintamos para nuestras muertas, para las desaparecidas, para las que siguen luchando. Nuestro arte es colectivo porque nuestras heridas también lo son.”

En fechas como el 8 de marzo o el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, su trabajo inunda las calles, a menudo acompañado de talleres, espacios de sanación y performance.

El poder de pintar en colectivo
Estos colectivos —y muchos más que crecen en barrios, comunidades y ciudades— demuestran que el arte urbano organizado es mucho más que una expresión estética: es una forma de resistencia política, de tejido social y de intervención directa en la realidad.

Mientras los medios criminalizan al grafitero o romantizan al muralista, estos grupos trabajan en la intersección entre arte, territorio y organización. Pintan porque tienen algo que decir, pero también porque saben que al hacerlo juntos, su voz se multiplica.

En un país donde los muros a menudo dividen, ellos los convierten en puentes. Y en cada brochazo colectivo, abren una grieta más en el sistema.