Del muro al movimiento: el muralismo como herramienta política

“En México, los muros no solo decoran: denuncian, exigen y sueñan en colectivo.”

Murales y Grafiti Político25/03/2025

En cada rincón del país, los muros hablan. Lo hacen con trazos cargados de rabia, memoria y esperanza. En una nación atravesada por desigualdades, violencias y resistencias, el muralismo no es solo arte: es un acto político. Este recorrido histórico y contemporáneo nos muestra cómo el muralismo mexicano ha sido y sigue siendo una herramienta viva de transformación social.

Orígenes revolucionarios
El muralismo mexicano nació al calor de la Revolución de 1910. Bajo el impulso de un nuevo Estado que buscaba construir una identidad nacional, artistas como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros fueron convocados para pintar la historia del pueblo en los muros de edificios públicos. Con escenas épicas de lucha, opresión y emancipación, estos murales no eran meros adornos: eran instrumentos de educación ideológica y masiva.

Esta alianza entre arte y poder institucional marcó el muralismo como un proyecto pedagógico. Pero también abrió la puerta a una paradoja: ¿puede un arte crítico mantenerse libre cuando sirve a un gobierno?

La ruptura y el retorno a la calle
En las décadas de los 70 y 80, el muralismo comenzó a distanciarse del control estatal. En barrios populares, escuelas rurales y comunidades migrantes, colectivos barriales, brigadas culturales y muralistas chicanos retomaron los muros como espacios de expresión autónoma. Inspirados por las luchas sociales y el arte político latinoamericano, estos nuevos muralistas hicieron del espacio público un lienzo colectivo.

En el Este de Los Ángeles, en Chiapas o en Ciudad Nezahualcóyotl, los murales dejaron de representar la historia oficial para contar las luchas locales: huelgas obreras, migraciones forzadas, identidades marginadas. El mural volvió a la calle, a su gente, a sus urgencias.

Muralismo contemporáneo y lucha social
Hoy, el muralismo resiste y se reinventa frente a nuevas formas de violencia. En México, múltiples colectivos han encontrado en el muro una forma de documentar y denunciar.

El colectivo Pintura Digna, activo en zonas indígenas y rurales, crea murales que recuperan la memoria comunitaria frente al olvido institucional. Tlacolulokos, originarios de Oaxaca, desafían estereotipos sobre los pueblos zapotecos a través de retratos potentes de jóvenes indígenas urbanos. En Guerrero, brigadas comunitarias pintan murales por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, mientras en la CDMX, artistas feministas llenan las paredes de nombres, cuerpos y símbolos de lucha contra la violencia patriarcal.

Cada mural es una consigna que no cabe en un tuit. Un acto de memoria en un país donde la impunidad intenta borrar los rostros.

El muro como medio alternativo
En un contexto donde los medios tradicionales silencian y las redes sociales censuran, el muro se convierte en un canal directo. No necesita algoritmos ni permisos. Está ahí, frente a los ojos de quien camina.

El muralismo permite narrar lo que otros callan: la defensa del agua frente al extractivismo, la dignidad de los pueblos originarios, el dolor de las madres buscadoras, la alegría de los cuerpos disidentes. Su potencia está en su permanencia, en su escala, en su capacidad de interpelar al transeúnte. No se desliza: se impone.

Y en esa imposición hay una forma de resistencia al olvido.


En tiempos de pantallas y saturación digital, el mural vuelve a ser urgente. Frente a algoritmos que esconden las luchas, los muros gritan sin censura. Porque cuando un pueblo toma el color, lo convierte en historia.

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