Carteles que marchan: el arte portátil de la protesta

“En cada pancarta hay una historia que el poder quisiera ignorar.”

Marchas y protestas25/03/2025YareYare

Los carteles que se alzan en una marcha no solo comunican: interpelan, conmueven y documentan. Hechos a mano, impresos en casa o dibujados con urgencia la misma mañana de la protesta, los carteles son arte efímero y testimonio colectivo. En un país como México, atravesado por múltiples luchas sociales, estas piezas portátiles se han convertido en símbolos móviles de resistencia.

El cartel como grito visual
A diferencia de otras formas de arte político más duraderas, como el mural o el grafiti, el cartel de protesta es efímero, portátil y directo. Se crea para un momento específico: una marcha, una consigna, una indignación. Pero aunque su tiempo en la calle sea breve, su potencia simbólica es enorme.

Cada cartel condensa en unos cuantos trazos una postura política, una demanda urgente o una historia personal. En muchos casos, son elaborados por quienes protestan: madres de desaparecidos, jóvenes feministas, personas desplazadas, estudiantes en resistencia. Son herramientas de denuncia, pero también de duelo, de rabia, de ternura.

¿Cómo se hacen y qué dicen?
Los carteles de las marchas mexicanas son un laboratorio gráfico popular. Suelen producirse con los materiales más accesibles: cartulina, papel kraft, cartón reciclado, plumones, pintura acrílica, esténciles, crayones. Pero su fuerza no depende de la técnica, sino del contenido.

Frases: consignas escritas a mano como “Nos faltan 43”, “Ser mujer me está costando la vida”, “No fue suicidio, fue feminicidio”. Muchas combinan ironía, enojo, dolor y creatividad.
Imágenes: retratos de personas desaparecidas, siluetas de cuerpos, símbolos feministas, cruces, lágrimas, fuego.
Citas y memes: se mezclan referencias culturales con crítica social. La estética se nutre tanto del arte como de internet.
A veces son individuales, otras veces se elaboran colectivamente en talleres gráficos autogestivos antes de una movilización, donde se comparten materiales, técnicas y consignas.

El cartel como memoria gráfica
Aunque el cartel está hecho para ser llevado en la mano y resistir unas horas, su valor simbólico perdura. Muchos de estos carteles terminan pegados en muros, fotografiados y difundidos en redes sociales, archivados en proyectos de memoria o expuestos en espacios culturales.

Así, lo que comenzó como una expresión inmediata se convierte en huella histórica de una movilización. Por eso, algunos archivos visuales y colectivos han empezado a recopilar y digitalizar estos materiales: para evitar que el tiempo, la lluvia o la indiferencia los borren.

Ejemplos como los carteles del movimiento feminista del 8M, las marchas por Ayotzinapa, las protestas por el agua en Chihuahua o las acciones zapatistas, muestran cómo este arte portátil trasciende la protesta y se transforma en documento político.

Arte, acción y resistencia
En México, los carteles de protesta también son un campo de experimentación estética. Grupos como Mujeres Grabando Resistencias, La Ceiba Gráfica, Taller de Gráfica Popular (en su legado) o colectivos estudiantiles han dado forma a un lenguaje visual donde la tinta y el cartón son tan combativos como las consignas.

Porque hacer un cartel no es solo escribir una frase: es materializar una voz. Y cargarlo durante horas bajo el sol o bajo los gases lacrimógenos es también un acto de amor político.


Cuando los medios no cubren, cuando los gobiernos no escuchan, cuando las redes censuran, los carteles marchan. Y en cada uno de ellos hay una historia que el poder quisiera ignorar. Por eso se levantan, se imprimen, se dibujan una y otra vez. Porque mientras haya injusticia, habrá manos que pinten la consigna, y brazos que la eleven frente al mundo.

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