
“En cada pancarta hay una historia que el poder quisiera ignorar.”
“¿Y si la verdadera falta de respeto es lo que esconden, no lo que se pinta?”
Marchas y protestas25/03/2025Las paredes de los edificios públicos, monumentos e incluso recintos históricos de México han sido testigos de una transformación visual sorprendente: se han convertido en lienzos de denuncia, intervenciones políticas y actos de resistencia social. Para muchos, lo que ocurre en estos espacios puede ser visto como “vandalismo”. Pero para otros, es una forma legítima de visibilizar injusticias y desafiar a un sistema que borra o ignora las luchas de la sociedad.
El muro como medio de resistencia
En un país donde la violencia estructural, la desigualdad social y la represión política han dejado cicatrices profundas, los edificios públicos se han convertido en territorios simbólicos para manifestar la inconformidad. Lo que antes podría haber sido considerado un acto de desobediencia, hoy es una forma de resistencia visual. Las paredes se pintan con consignas, se alteran con imágenes que desafían la narrativa oficial, se llenan de mensajes que claman por justicia.
Pero ¿es este vandalismo o una forma legítima de intervención artística y política?
Monumentos y edificios históricos: un lienzo de protesta
Los monumentos, estatuas y edificios históricos han sido durante años los íconos visuales de la autoridad, simbolizando a menudo la historia oficial que, en muchos casos, excluye o minimiza las luchas de los pueblos, las mujeres, las comunidades indígenas y las clases más empobrecidas. Las intervenciones en estos lugares, por lo tanto, no son solo una crítica a los elementos físicos de poder, sino un cuestionamiento a los valores que representan.
En CDMX, por ejemplo, el Ángel de la Independencia ha sido intervenido en diversas ocasiones, especialmente durante marchas feministas, con consignas como “Nos faltan 43” o “Ni una menos”. De igual manera, la Estela de Luz y otras esculturas emblemáticas han sido modificadas con pintura y símbolos, como una forma de deconstruir la glorificación del pasado y reimaginar qué representa el poder en la actualidad.
En universidades como la UNAM, y en otros espacios académicos, las intervenciones visuales en sus paredes han servido como vehículos para la protesta estudiantil y social. Estas paredes se convierten en el escenario de la memoria colectiva, donde se visibilizan las luchas de los estudiantes, los feminismos y las demandas indígenas.
La línea entre vandalismo y arte
Lo que muchos consideran “vandalismo” a menudo se convierte en una forma poderosa de expresión política. Vandalizar en el contexto de la protesta no es simplemente destruir: es hacer visible lo invisible, señalar lo que se ha silenciado. Es una táctica que, al igual que el grafiti, desafía los límites de la propiedad y la autoría. Mientras el arte oficial se encuentra en museos y galerías, el arte de protesta se encuentra en las calles y en los muros de los edificios.
Esta intervención no se limita a las ciudades grandes. En comunidades indígenas, las paredes de las casas comunales y los espacios públicos también se convierten en lugares de intervención. Los murales y las consignas pintadas sobre las fachadas se transforman en elementos de resistencia cultural, donde las voces históricamente calladas se hacen presentes.
Las paredes como archivo de la memoria
A menudo, los edificios intervenidos se convierten en archivos de la memoria visual. Las paredes tienen la capacidad de conservar no solo el mensaje pintado, sino también el contexto social en el que se produce la intervención. En una protesta, una sola frase escrita en una pared puede capturar el pulso de una sociedad en un momento específico, ya sea por la violencia del gobierno, las luchas feministas o la defensa de los derechos humanos.
Un ejemplo de esto es la intervención en los muros de Chihuahua, donde las imágenes de las víctimas de feminicidio han transformado los edificios en una galería de denuncia. Aquí, el muralismo urbano no solo es un reclamo, sino también un homenaje a las mujeres que han sido silenciadas por la violencia patriarcal.
¿Y si la verdadera falta de respeto es lo que esconden?
¿Hasta qué punto los muros y monumentos que representan el poder y la historia oficial deben mantenerse inmaculados? ¿No es acaso más respetuoso darles voz a los olvidados y silenciados? Las paredes no solo sirven para esconder el pasado; también pueden ser el lienzo de la lucha por la justicia.
Por eso, aunque muchas de estas intervenciones sean borradas rápidamente, su impacto no desaparece. En muchas ocasiones, lo que se pinta en un muro es mucho más fuerte que cualquier intento de borrarlo. Porque en la ciudad, en el muro, en el edificio público, también se escribe historia, y no solo la que los poderosos deciden contar.
La intervención de edificios y monumentos no es un acto de destrucción, sino de transformación. Es un recordatorio de que, mientras haya injusticia, los muros seguirán siendo espacios de resistencia visual. La verdadera falta de respeto, quizás, no es lo que se pinta, sino lo que se oculta detrás de la fachada de los edificios que representan un poder que no escucha.
“En cada pancarta hay una historia que el poder quisiera ignorar.”
“Donde no hay tiempo para hablar, el esténcil grita.”
“Un cartel no tumba gobiernos, pero incomoda al poder.”
“No necesitas una cámara, basta un trazo para encender la memoria.”
“Mientras unos marchan con megáfono, otros lo hacen con tinta.”
“Cuando el cuerpo se convierte en cartel, la censura se complica.”
“Compartir una imagen también es marchar.”
“Si vas a salir a marchar, lleva algo que incomode al poder.”
“No solo pintan, organizan: arte colectivo para agrietar el sistema.”
“En las paredes de México se escriben las historias que los medios callan.”
“Si la justicia no llega, el spray la exige.”
“Lo que Siqueiros empezó con brocha, hoy se continúa con aerosol.”